A pesar de haber distintos tipos de cánceres, existen síntomas comunes que pueden prevenir a los padres que su hijo o hija pueda estar sufriendo alguno (yo de hecho, hasta hace ocho meses, no sabía que esto existía):
- Anemia acompañada de sangrados y exceso de hematomas
- Dolores de cabeza acompañados por alteraciones del sueño o del comportamiento y conducta
- Fiebre prolongada y sin causa aparente
- Dolor de cabeza persistente, acompañado de vómitos nocturnos
- Hinchazón y masa abdominal anormal
- Fatiga, pérdida de peso, palidez
- Ganglios linfáticos inflamados
- Infecciones frecuentes
A la vista de esto, hay que tener presente que algunos síntomas sean difíciles de apreciar si el niño es pequeño, tales como los dolores de cabeza. Pero sobretodo, el mayor obstáculo, a mi juicio, es el desconocimiento general que se tiene del cáncer infantil el que provoca que una persona no asocie de primeras ninguno de estos síntomas al cáncer.
Dicho todo esto, vamos a comenzar con nuestra experiencia...
En nuestro caso comenzamos a detectar síntomas a finales de abril (2014), más concretamente un jueves, nos llamaron de la guardería para indicarnos que nuestra hija tenía fiebre, con lo que la recogimos de la guardería. El viernes continuaba con fiebre, apagada y sin ganas de actividad, la llevamos a la pediatra, que tras una exploración detectó que tenía el hígado "un poco hinchado", y nos indicó que debíamos realizar unos análisis de sangre junto con una prueba específica, para la detección de mononucleosis, sospecha que correspondía con los síntomas mostrados. Tres días más tarde, el lunes, la pequeña estaba ya sin fiebre y totalmente activa, como de costumbre.
Los resultados de los análisis mostraban que todos los marcadores "de todo" estaban alterados, y la prueba específica había dado negativa, la conclusión sacada fue que habría sufrido mi hija otros virus o bacteria. No obstante, volvimos a repetir los análisis una semana más tarde para comprobar que todo volvía a la normalidad. Los resultados del segundo análisis habían mejorado muchísimo, sin embargo, había algún que otro marcador específico del hígado que todavía estaba alto. Lo más importante fue que tras una nueva exploración, a nuestra pediatra, no le gustaba la inflamación que seguía teniendo la pequeña en el hígado, lo que abocó a realizar una ecografía del hígado, por si había alguna anomalía, junto a una radiografía.
Los resultados de las radiografías no revelaron nada, sin embargo, la ecografía reveló unas calcificaciones en el hígado de unos 5 centímetros. Con los resultados, nuestra pediatra nos instó a ir a Urgencias en el hospital La Fe de Valencia.
En Urgencias nos repitieron nuevamente la ecografía, y nos comunicaron que habían observado una "masa" en el hígado y que debíamos ingresar en el ala de Oncología Pediátrica del hospital. Este momento no lo podré olvidar en mi vida por dos motivos:
- Sentí miedo a la pérdida de lo más grande que tenía
- Mi reacción ante las palabras masa y oncología me provocaron un ataque de ansiedad en ese momento, lo cual no fue acertado, ya que mi hija estaba presente y la asusté sin querer.
Una vez ingresados, comenzó una vorágine de acontecimientos en una semana, realización de pruebas: TAC, resonancias, biopsia del hígado; y los resultados de estas pruebas. Los resultados en nuestro caso siempre nos comentaban que habían dos opciones, la mala y la peor, con la mala suerte que siempre nos tocaba la segunda, de esta forma pasamos de calcificaciones de 5 cm a masa, de masa a tumor, de tumor a tumor maligno (y con maligno quiero decir de crecimiento rápido), y de ahí a tumor maligno de 8 centímetros, localizado en el hígado con metástasis a los pulmones. Esto se conoce como un Hepatoblastoma en estadio IV.
El diagnóstico, desde los síntomas hasta llegar a ponerle nombre, tardó aproximadamente un mes y medio, que suele ser la media en diagnósticos de este tipo.
Una vez llegados a este punto hay que cambiar el chip. Ya no queda otra, ya conoces cómo se llama tu enemigo, y hay que ir a por todas. ¡Comienza la batalla!
El diagnóstico, desde los síntomas hasta llegar a ponerle nombre, tardó aproximadamente un mes y medio, que suele ser la media en diagnósticos de este tipo.
Una vez llegados a este punto hay que cambiar el chip. Ya no queda otra, ya conoces cómo se llama tu enemigo, y hay que ir a por todas. ¡Comienza la batalla!